Tuesday, January 31, 2017

Viaje a Pokhara


Hace un año hice un viaje desde Katmandú, en Nepal, hasta Pokhara.

Inicio del Trayecto

Al iniciar el trayecto, el chofer del auto alquilado se detuvo antes de salir de la ciudad para que subiera un joven. El chico abrió la puerta y se sentó al lado del conductor. Yo, que iba en el asiento trasero, no entendía nada: no sabía quién era, ni de qué se trataba aquello. Luego, el joven —cuyo nombre solo unos meses después logré pronunciar y evocar correctamente: Kapil Karku— me saludó amistosamente.

Kapil, de quien más tarde supe que tenía 17 años, con el paso de las horas se transformaría en mi guía y traductor en esta travesía. Al final agradecí profundamente su presencia, pues al concluir el periplo comprendí que ese tramo del viaje no podría haberlo hecho en solitario. Mi soledad se alivió con su compañía.

Pokhara es una ciudad del centro de Nepal, ubicada aproximadamente a 200 kilómetros al oeste de la capital, Katmandú. Con cerca de 200.000 habitantes, es la tercera ciudad más importante del país y capital del distrito de Kaski, en la zona de Gandaki.

La carretera es de doble sentido y constituye uno de los accesos principales a Katmandú. Por ella circula todo tipo de vehículos, especialmente camiones provenientes de India. Cada curva y cada adelantamiento del conductor eran motivo de tensión durante los primeros 50 kilómetros… un par de horas. El viaje completo dura cerca de seis horas. Sin embargo, todos se mueven con una destreza admirable: pareciera que las reacciones se aprenden desde muy temprana edad, y esquivar o sortear vehículos a escasos milímetros de chocar es parte del día a día.

Los destellos de sorpresa no aparecen en los ojos de los conductores: más bien fluyen. Me doy cuenta de que hasta los perros saben cruzar la carretera. Y, hablando de perros, en Nepal se ven dóciles y siempre con dueño. No he visto perros callejeros, lo cual contrasta con Bután, donde me impresionó, a primera vista, la gran cantidad de perros sin hogar, especialmente en la ciudad de Paro.

Durante el trayecto a Pokhara distingo, desde la carretera, fábricas de ladrillos y cemento: esos lugares que en mis clases universitarias he mostrado a los estudiantes como enclaves de la esclavitud moderna. Pregunto por ellas a mi guía y algo responde su hermano, el conductor, pero de manera vaga, evasiva. En ese momento, como en otros de mi viaje, lamento no dominar el idioma para poder adentrarme más en esa realidad. Quería saber qué ocurre allí, comprender mejor. Claramente se trata de zonas empobrecidas, difíciles de imaginar con redes de servicios básicos, si al borde mismo de la carretera podía verse a las personas sacando agua de tambores para asearse: niños, jóvenes y adultos, en su mayoría hombres.

Llegada a destino 

Ya en Pokhara me animé a salir a caminar al atardecer —después de haber recorrido junto a Kapil y su hermano los principales puntos turísticos de la ciudad—. Estar en lugares tan distintos expande los sentidos, que se ven desbordados de estímulos y sensaciones: la barrera del idioma, los sonidos, los olores… incluso la luminosidad se percibe distinta.

En el camino encontré un café muy occidentalizado, donde me sentí cómoda y a gusto. Era como estar en un pedacito de casa en medio de estos parajes. Pedí un café y un trozo de torta de zanahoria. ¡Delicioso! Y me invadió esa sensación de estar en casa, de volver por un momento a occidente. Desde mi mesa, mirando hacia la calle, observaba a otros occidentales que pasaban solos, en pareja, en grupos, con niños, con familias. De pronto, el lugar se volvió más agradable, menos hostil para mí. Me pregunté entonces: ¿cómo llevarme un pedacito de este sitio?

Me di cuenta de que estaba oscureciendo y me apresuré a regresar al hotel. No quería caminar por las calles a oscuras. En Nepal, la falta de energía eléctrica es un tema serio, no solo en Pokhara, sino en todo el país. El racionamiento se extiende durante el día y parte de la noche. Ya en Katmandú lo había vivido, pero en Pokhara se siente más prolongado. Aunque algunas viviendas y la mayoría de los hoteles cuentan con generadores, la oscuridad cubre amplias zonas de la ciudad. Eso es lo que veía desde mi ventana.

Los cuervos se hicieron notar en ese anochecer. Los vi agruparse en un árbol frente a la ventana de mi hotel: serían unos veinte. Sus graznidos quedaron grabados en mi memoria. Eran el anuncio de que la noche llegaba. Después, otros pájaros se unieron, y al final un millón de grillos inundó con su canto la noche de Pokhara.

Recomendaciones para quienes viajen a Pokhara

1. No viajes solo en carretera si no hablas el idioma. Contar con alguien local, aunque sea un joven estudiante, puede marcar la diferencia.
2. Prepárate para un trayecto largo: lleva agua, comida ligera y paciencia. Los seis horas de camino están llenas de curvas y tráfico intenso.
3. Observa con atención: la ruta es un recorrido en sí mismo, con escenas cotidianas que revelan mucho de la vida local.
4. Ten en cuenta los cortes de electricidad: carga siempre tu celular, lleva linterna de bolsillo y no dependas del alumbrado público.
5. Busca espacios de refugio culturales: un café, una librería o un lugar turístico pueden ayudarte a sentirte en casa cuando la distancia y el contraste se hacen más intensos.

Viajar a Pokhara no es solo llegar a un destino: es aprender, en cada kilómetro, que los caminos también transforman



LAGO PHEWA- POKHARA
Aquí en Phewa cruce  hacia un islote junto con Khapil. Se trata de un centro de oración. 
Los devotos lo cruzan para hacer sus ofrendas

     Al día siguiente amanecí para llegar al camino que va hasta el  Cerro Sarankot. Ver amanecer los Himalayas Los 7,000 a tiro de piedra. Pero la neblina no nos dejó. 














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