El año 2020
A mi lo que más me costó no fue el confinamiento. Con todo el confort y comodidad en la que vivo era incluso a veces un agrado estar en casa. Redistribuir los espacios, convivir en los momentos, compartir las inquietudes, las noticias, los cambios, y los eventos que se daban a medida que avanzaba el tiempo con la familia. Esa vivencia fue intensa y poderosa.
Sin duda, lo que más me costó fue administrar la incertidumbre, y la ansiedad que ésta me implicaba. La forma de pensar y pensarse en relación a la toma de decisiones, implicó para mí adaptarme y aprender a considerar no solo lo que yo quería hacer sino que también las condiciones que estaban rodeando esas decisiones y las probabilidades de transitar la ruta, y llegar a concretarla.
Siento que todo cambio muy rápido. Que todo se aceleró y que la trama de conexiones abrió puertas que estaban cerradas o no se veían. Oportunidades. Y que también significo aprender a soltar lo que ya no es para mi. Transformar rutinas. Prácticas. Resignificar los vínculos. Los que siguen estando presentes. Los que ya no están o nunca volverán a ser los mismos.
Y a ratos viene y siento la nostalgia de lo que vivimos hasta marzo de este año 2020. De como eran nuestras vidas y lo que valorábamos Lo que queríamos y deseábamos. Todo eso se derrumbo o fue cambiando.
Creo que al ir haciendo un recorrido interno, todo se fue metabolizando, se fue filtrando. Se fue limpiando. Y solo fueron quedando las heridas abiertas, los golpes y los dolores. Pero también se fue sintetizando la esencia y las semillas de lo que ahora vendrá. Sanar, aceptar y reconocer. También es perdonar.
Entonces, ahora se puede mirar el horizonte. Lo que trae el futuro. Un futuro tan incierto y desconocido pero tan certero también.
Lo único que siento y escucho en mi voz es conservar la convicción, la responsabilidad y el entendimiento conectada con otros, conectada conmigo.
Caminar con eso y confiar.