Sunday, January 01, 2017

Perdida un rato en el laberinto del Thamel




 

Mis primeros días en la capital de Nepal -Katmandú- fueron de mucha ansiedad y expectación. Quería salir a recorrer las calles y conocer más de la ciudad y los múltiples sitios y lugares que ofrece al turista.


Como mujer, hacer un viaje en solitario y atreverme a caminar sin compañía era un tremendo desafío. Era atravesar límites. Primero los propios. Los prejuicios, y del autocuidado. Luego los culturales. Porque  a pesar de la acogida y buena recepción de los locales andar de viaje sola era visto como una osadía y también una rebeldía. Todos esas emociones y pensamientos y muchos otros asociados al camino, y también el viaje a culturas no occidentales, habían sido  parte y seguían estando presentes en los cálculos que hice antes de tomar la decisión de viajar hacia los confines de Asia y dirigirme con destino a Nepal y el Reino de Bután. 

 

El segundo día en Katmandú decidí salir y hacer un recorrido hasta las oficinas del guia turistico que me esperaba y me habia ayudado desde el principio a preparar un recorrido que haría al día siguiente hacia la ciudad de Pokhara, y principalmente en la visita que emprendería en unos días más hacia la capital de Bután. 

 

Partí caminando hacia la oficina ubicada en el Barrio del Thamel guiada por una persona del hotel en el que me estaba alojando. Llegué rápido y sin problemas. Converse con Gokul, el operador turístico,  hice algunos ajustes a la planificación que habíamos definido originalmente y me despedí. Antes de salir Gokul me preguntó si necesitaba que uno de los chicos que trabajaba con él me acompañará hasta el hotel, osea, hacer el camino de vuelta. Y le respondí que no, que podía hacerlo sola porque me lo habia aprendido. Sonrió. Me miró durante un segundo y me asintió. Tenga cuidado!! fue lo último que escuché en su español bien pronunciado. Baje las escaleras. Llegue hasta la puerta. Me asomé a la calle y emprendí rumbo hacia la izquierda. Recordaba que ese era el lado por el que habia llegado a la oficina. 

 

Caminar por las calles del Thamel en Katmandú puede ser una experiencia emocionante y abrumadora para quien no está acostumbrado al caos vial y la marea humana que se mueve  en la zona. Es un barrio de Katmandú lleno de comercio, hoteles, lugares de culto, atracciones turísticas, y viviendas. Callecitas estrechas que inician y se pierden en el camino porque desembocan en otras, y mucha gente caminando de un lado a otro. Alcance a caminar solo unos pasos y me sentí perdida. 

 

El primer indicio de que estaba extraviada fue quedarme detenida frente a una bifurcación de calles a la que me ví enfrentada.  No sabia cual tomar. Mire hacia una dirección, mire hacia otra. Mire el piso. Mire hacia atrás, como buscando volver. Y en eso se me acercó un joven. Comencé a caminar apresurada. Ya no sabía para donde, solo comencé a caminar.  Cruce  una calle.  El joven desconocido que me seguía comenzó a hablarme en inglés. Le respondí que no quería nada…No gracias!!!…etc. Me pedia que lo dejara acompañarme para practicar su inglés.  Yo me sentía desorientada y solo queria rehacer mis pasos, devolverme al lugar desde donde habia partido. Mire hacia atrás y me di cuenta que ya era demasiado tarde. En el intento de perder al chico era yo la que se habia perdido  Ya no sabia como volver. Estaba en un  laberinto que se sentía  hostil y caótico. Entonces pense….el  chico puede ser mi guía para salir de ahí  pero aun así  me sigo negando aceptar su ayuda. Pero él insiste, e insiste. Él insiste en acompañarme. Yo sigo caminando. Trato de aparentar que sé muy bien hacia dónde me dirijo. 

 

Me siento sola y vulnerable. Observo a mi alrededor. Me encuentro entre un mar de rostros desconocidos que se cruzan. Son solo rostros. No hay miradas que conecten. No hay encuentro con el otro. Solo está este chico que sigue a mi lado. Que me ofrece en su precario inglés guiarme por un rato para conocer más de Katmandú. Me anuncia que más adelante hay un festival. Que me puede mostrar más y llevarme hasta él,  lo que finalmente termina siendo  el  gancho. Imagino el festival y poder llegar a la celebración del año nuevo budista. Acepto su ofrecimiento. Y lo aceptó también porque me puede guiar a la salida. Le pido que me lleve al festival y luego hasta la plaza Durbar. 

 

Me dejé llevar por el joven. No pongo más resistencia interna aunque la desconfianza fluye como un río y me invade. Todo mi cuerpo se prepara para algo. No sé que puede pasar pero estoy alerta. La ocasión es un riesgo. En todo sentido. Las resistencias provienen de la incertidumbre que me produce la situación. La ansiedad de imaginar que esto puede ser el final de mi viaje. 

 

El joven desconocido me invita a pasar a través de un portal. Nos salimos de la calle. Entro en otro lugar. Se trata de  portales que llevan a pequeños cités donde viven las familias que habitan en el Thamel en Katmandú.  Voy cruzando pasillos oscuros, húmedos y estrechos que me llevan a los patios en los que se generalmente se encuentra una pequeña Stupa en el centro. Las Stupas son lugares  de oración y devoción. Los rezos se hacen en la madrugada por lo que están abiertos desde las 6 am. En la tarde hasta las 9pm.  Observo las ofrendas. Las velas, las flores de color naranja que están en todos lados, y en todos los rituales de vida y muerte. También hay monedas en las que puedo distinguir las pequeñas figuras de Shiva, Kali y Jama que son dioses y diosas hinduistas muy venerados aquí en Nepal. Son lugares cotidianos y sagrados

 

Toda la vida de los nepalíes  está en las calles. Entre la gente, entre el comercio, entre turistas. Sus vidas cotidianas. Se trata de un territorio cruzado por múltiples sentidos y destinos. Descubro lo mundano. Voy cruzando esos portales. Uno tras otro,  llevada por un joven de Katmandú. Y algo dentro de mi , algo en mi interior,  me dice que no hay peligro. Por primera vez no tengo el control en mi viaje – aunque se bien que el control es una ilusión- Me dejó guiar por un completo desconocido  que cada tanto me trata de explicar amablemente más de las costumbres locales y los lugares que vamos visitando. Aquel joven me lleva por varios de los espacios donde se ubican viviendas y pequeños templos de oración. En uno de los cités unas personas se acercan para escuchar sus relatos sobre el lugar y las historias de los dioses que se encuentran allí venerados. Habla de lo divino.  La vida fluye a mi alrededor. Estoy en el patio de un cité. Intento no sentir temor. Sin embargo el ruido de las motocicletas que ingresan y casi me rodean en un segundo me dejan con el corazón agitado y esperando el asalto. Nada de eso ocurre. Pero el susto me hace reaccionar. Salimos y seguimos caminando.

 

Más adelante entramos por unos recovecos por los que llegamos a un lugar en el que se observan a unas veinte a treinta personas (mujeres y hombres)  sentadas en el suelo hilando collares de mostacillas. Son miles de cuentas de mostacillas. De todos los colores y brillos. Es un mercado donde se hacen los collares de mostacilla que luego se venden en las tiendas de la ciudad.  Pienso en comprar alguno. Son hermosos. Pero no tengo mucho dinero conmigo. No llevo más que 800 rupias. Algunos dólares y mi tarjeta de crédito. 

 

Estaba en el corazón del Thamel y no lo sabía..

 

Siguiendo la ruta  de mi improvisado guia llegamos hasta un templo más grande ubicado en medio de las calles. Reservado solo para los locales.  Los nepalíes son hinduistas y budistas. Ambas religiones coexisten. Como es la costumbre, me saco  los zapatos en la entrada - cada vez que me los saco en el viaje temo no encontrarles a la vuelta- Dejar los zapatos son verdaderos actos de confianza para una occidental y especialmente para una chilena. Me sumerjo en el  templo. Me reciben los pasillos y las estatuas de los dioses hinduistas. Escucho las historias. Hay velas.  Personas orando. El olor a incienso lo inunda todo. Veo mujeres dejando flores y orando con fervor. También veo personas haciendo postraciones en pequeñas ermitas. El joven me explica que son devotos. Salimos del Templo. Mis zapatos están ahí esperándome intactos.  

Al final, cuando hace ya ha pasado una media hora ( calculo pero puede ser menos) le pido a este joven desconocido- de quien nunca entendí su nombre- me lleve a una calle por la que pueda llegar a la plaza Durbar. Pero él  me invita a conocer a su familia. Le respondo que es muy amable pero que no puedo porque alguien me espera en el hotel y debo llegar pronto. Ese alguien en realidad  no existe,  pero yo quiero que en ese momento exista. Entonces se sincera y me pide ayuda. Necesita alimentos para su familia. Para él y sus hermanos. Accedo a lo que me pide. Me lleva hasta una tienda en el mismo Thamel. Al principio pienso que es una tienda cualquiera pero luego creo que puede estar coludida con el chico. Quizás trabajen juntos?. Quizás no y es solo mi imaginación. Lo cierto es que veo que el joven toma algunos artículos como arroz, aceite y leche. Los coloca en el mesón del local. Son grandes volúmenes. Son más de 3000 mil rupias. Y me inquietó. No tengo tal cantidad. Hay frustración en su mirada. Hay tensión y nervios . No se que hacer. Le entrego lo que tengo y le pido que me encamine al cruce más cercano para retornar al hotel. Su ayuda es fundamental.  En ese momento lo único que quiero es salir hacia la calle. Entonces me doy cuenta que desde donde estoy puedo ver el mismo punto en que me quede detenida en una bifurcación. Lo que hicimos fue un camino en círculo. 

Desde ahí me ubique y volvi hacia las oficinas de la agencia de turismo. Cuando llegue de vuelta Gokul se sorprende yme pregunta por mi estado. No le respondo nada. Quizas mi cara lo dice todo. Me siento algo avergonzada y asustada. 

Es una experiencia inolvidable. Múltiples lecciones me dejó en su momento y también para la vida. Abrace mi vulnerabilidad. Acepte el fluir de la vida. Confíe en mi intuición.  


Siento que nunca estuve perdida.

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