LAGO
PHEWA- POKHARA
|
Tuesday, January 31, 2017
Viaje a Pokhara
Sunday, January 01, 2017
Perdida un rato en el laberinto del Thamel
Mis primeros días en Katmandú
Mis primeros días en la capital de Nepal —Katmandú— estuvieron marcados por la ansiedad y la expectación. Quería salir a recorrer las calles y descubrir la ciudad, con todos los rincones, templos y contrastes que ofrece al viajero.
Por fin había emprendido el viaje que anhelaba mi corazón. Todas esas emociones, sumadas a los cálculos previos de viajar a culturas no occidentales, estaban presentes desde que tomé la decisión de venir hasta los confines de Asia, rumbo a Nepal y a la joya más preciosa. El Reino de Bhután.
Primeros pasos
El segundo día en Katmandú decidí caminar hasta la oficina del guía turístico que me había ayudado a preparar el recorrido hacia Pokhara, y luego la visita a la capital de Bután. La oficina estaba en el barrio de Thamel, y hasta allí llegué acompañada por alguien del hotel. Conversé con Gokul, el operador turístico, ajustamos detalles y me despedí. Antes de salir, me preguntó si necesitaba que uno de sus ayudantes me acompañara de regreso. Le respondí que no, que podía hacerlo sola. Sonrió, me miró un segundo y solo dijo en un español sorprendentemente claro: “¡Tenga cuidado!”.
El caos del Thamel
Caminar por las calles del Thamel puede ser emocionante y abrumador a la vez. El barrio es un laberinto de hoteles, tiendas, templos, viviendas y atracciones turísticas. Las callecitas se bifurcan y se entrecruzan, siempre llenas de gente. Apenas avancé unos pasos y me sentí perdida.
El primer indicio fue quedarme detenida frente a una bifurcación. No sabía hacia dónde seguir. Entonces se me acercó un joven. Comencé a caminar apresurada, tratando de perderlo, pero él insistía en hablarme en inglés. Decía que solo quería acompañarme para practicar. Yo me negaba, con nervios, intentando rehacer mis pasos. Sin embargo, en ese intento por huir de él, me había extraviado aún más.
Me sentía sola y vulnerable, rodeada de rostros que cruzaban sin detenerse en mí. El joven seguía a mi lado, insistente, hasta que me habló de un festival que se celebraba más adelante: el Año Nuevo budista. Fue el “gancho” que me convenció. Acepté su compañía, no sin desconfianza, y le pedí que me guiara hasta la Plaza Durbar.
Un viaje dentro del viaje
El chico me llevó por portales estrechos que desembocaban en patios interiores. Allí descubrí pequeñas **stupas**, altares domésticos con flores naranjas, velas y ofrendas a Shiva, Kali y Yama. Espacios cotidianos y sagrados que, sin su guía improvisada, jamás habría encontrado.
Avanzamos por callejones húmedos y oscuros que se abrían a recovecos llenos de vida: familias cocinando, personas hilando cuentas de colores para collares que luego se venderían en las tiendas del barrio, devotos orando en templos hindúes y budistas. El olor a incienso lo impregnaba todo.
En uno de esos templos, al dejar mis zapatos en la entrada, sentí que cada gesto era un acto de confianza. Una prueba de fe, no en lo religioso, sino en la humanidad que me rodeaba. El centro de la espiritualidad. Esta en ese sentimiento de estar conectada con el todo. Abrir el corazón.
El desenlace
Finalmente, cuando ya había pasado media hora, le pedí que me condujera hasta la Plaza Durbar. En lugar de eso, me pidió que lo acompañara a comprar alimentos para su familia. Dudé, sospeché, pero al verlo tomar arroz, aceite y leche en una tienda, accedí a entregarle lo que tenía: unas 800 rupias. Era mucho menos de lo que pedía, pero suficiente para que me condujera de vuelta a un punto reconocible.
Solo entonces comprendí: habíamos caminado en círculos. Estaba nuevamente frente a la bifurcación donde me había detenido al comienzo.
Volví a la oficina de turismo. Gokul me miró con sorpresa y algo de inquietud. No le dije nada. Quizás mi rostro lo decía todo. Sentí vergüenza, cansancio y alivio. Esa tarde, de regreso al hotel, comprendí que, aunque me había sentido perdida, en el fondo nunca lo estuve.
Recomendaciones para viajeras y viajeros en Katmandú
1. Nunca estas sola. Antes de mi muchas otras personas recorrieron el camino que emprendí, y muchas otras lo seguirán haciendo. Y aunque solo sea por eso, nunca estuve sola.
2.- Confía, pero con prudencia: las calles del Thamel están llenas de improvisados guías. Algunos buscan practicar inglés, otros esperan una retribución. Sé clara desde el principio con tus límites.
3. Aprende a orientarte antes de salir sola: memoriza puntos de referencia, descarga un mapa offline y evita los callejones al caer la tarde.
4. Abraza la vulnerabilidad: sentir miedo o desconfianza es natural, pero también puede abrirte a experiencias únicas y encuentros inesperados.
5. Lleva siempre algo de dinero en efectivo : pero no grandes sumas. Las necesidades locales son reales, y ayudar con lo que esté a tu alcance puede ser parte del intercambio humano.
6. Acepta lo imprevisible: en Katmandú los viajes no siempre siguen el plan, y a veces perderse es la mejor manera de descubrir lo invisible.
Viajar sola en Katmandú me enseñó que el control es una ilusión, y que, incluso en el aparente desorden, siempre hay un orden que te lleva al camino de regreso.